Las empecé a mirar y me acordé de lo que nos había dicho el profesor de cómo las usaban los pueblos originarios. Le dije y las vinimos a ver. No sabía que podían tener tantos años", dice aún con algo de asombro Hernán Gómez Ortiz (12). Hace dos años que el niño y sus padres, campesinos, llegaron a vivir a La Retuca, sector de Los Perales, en Quilpué, V Región, donde sin imaginarlo, su ojo observador y perspicaz lo llevó al reencuentro con 10 mil años de la historia antes de Cristo, al descubrir dos piedras tacitas en el jardín de la casa de su tía, al interior de la parcela donde vive. Todo un vestigio arqueológico de los primeros habitantes de esta parte del mundo, el mismo donde vive con su familia.
El niño es el menor de cinco hermanos y alumno de 8º en la Escuela Santiago Bueras de Los Perales. Aquí, con sus 27 compañeros de colegio y motivados por el profesor Andrés Miranda, el único docente junto a la directora, hace un año que comenzó a introducirse en el patrimonio arqueológico y agroecológico de la comunidad rural donde vive. Con talleres una vez por semana, apoyados por textos, imágenes y salidas a terreno, Hernán y el grupo de niños se internan en el tiempo y en el pasado local.
"Los talleres que tenemos con el profesor han sido de utilidad para conocer el pasado, lo que hacían nuestros ancestros y cómo se vivía en la naturaleza. Ellos usaban esto para moler su alimento, para poder alimentarse", explica el niño.
Marco Moncada, investigador y presidente de la Agrupación Tacitas y miembro de la comunidad Lircay, explicó que las piedras "son el único elemento identitario reconocido como tal por todas las culturas étnicas de nuestro país y con más de 10 mil años de existencia, principalmente en la zona central del país, la más poblada".
Similares a un mortero y nombradas como tacitas por su rol contenedor, el investigador explica que éstas surgen al extinguirse la fauna pleistocénica y cuando se modifican los hábitos alimenticios humanos, propiciando el mayor consumo de semillas y granos.
Las piedras eran horadadas directamente sobre afloraciones rocosas o rocas de gran tamaño y fueron usadas por cazadores recolectores para la molienda de semillas. "Los habitantes vieron que las semillas que alimentaban a los grandes animales no podían ser consumidas como fruto y entonces comenzaron a molerlas, lo que hasta hoy se hace, por ejemplo, para conseguir la harina", señala Moncada.
Tres teorías existen respecto de la forma de horadar las rocas: desgaste por uso, por golpe o por la horadación con elementos como arena y cuarzo. Conocidas también como piedras sagradas, se les atribuye condición de altares para sacrificios de animales, como guanacos, donde su sangre se vertía en estas "tacitas", siendo consumida luego por los oferentes. "Hay quienes atribuyen el origen de la costumbre del "ñachi" a rituales arcaicos en piedras "tacitas", dice Moncada. También se las vincula con observatorios astronómicos.
De acuerdo al catastro de la Agrupación Tacitas, en Quilpué existen 50 sitios arqueológicos con "piedras tacitas" que son protegidas como piezas arqueológicas desde 1970 y que se concentran en la zona central, por ser la más poblada a raíz de sus buenas condiciones de habitabilidad.
Con el hallazgo de Hernán, su profesor Andrés Miranda dio inicio a las gestiones que permitieron la donación por parte de la familia del niño de ambas piedras. En un operativo coordinado por el municipio, las piedras fueron llevadas esta semana al Museo de Historia local, desde donde pueden ser apreciadas como parte del patrimonio local.
Fuente. La Tercera, 2/10/11.